El camino que une
nuestras vidas es demasiado extenso para asirte abruptamente.
A ti, se llega muy despacio, recorriendo, poco
a poco, la transformación que habita esa distancia desde el bullicio y frenesí
de la ciudad hacia tu encanto, tu silencio profundo, tu tierra encendida de
conquistas, y de abandono.
Como en un viaje al pasado, voy en busca de mi
historia y de mi ayer. Y qué mejor que en ti que eres quietud, estática pura suspendida en el
tiempo, donde reconocer, en un breve destello de conciencia, el origen, la
fuente.
Entre las dos, una
interminable sucesión de belleza y un despliegue errante de silencios y
tropiezos continuos remedan lejanías salvadas.
El cordón que recorre
la selva, separando nuestros mundos, se tiende ondulante, dotado de fantasmas
que acosan desde tiempos ya olvidados tu paraíso sin fin, cuna de un sinfín de
especies.
Ya perdida a mis espaldas, la frondosidad,
tímidamente, abre los espacios que velan el camino de tu río profundo, hasta descubrir el cauce sinuoso de tu vientre.
Avanzar ahora por tus
áridas laderas es reencontrar la maravilla acogida por tu vasto suelo, donde
solo los cactus de tu piel se yerguen como único vestigio de vida en cientos de
andares.
Y el andar, sucumbir al hechizo que alberga tu quebrada infinita, donde un arco iris, suspendido en lo
alto, preludia el caudal de matices que visten tu cuerpo.
Ahora la piel de tu pecho desnudo, insinuante,
convoca al encuentro de tu corazón de antaño.
Llegar hasta allí es la meta, retozar en tu
incondicional amparo, buscar, desesperadamente, esa bocanada de aire que me ayude a morar en tu regazo.
Con dudas, con olvidos, con furia, pero más deseos
de alcanzarte, voy hacia ti.
Hacia ti..., tan alta, tan sensual, tan distante. Hacia ti, Humahuaca.
Hacia ti..., tan alta, tan sensual, tan distante. Hacia ti, Humahuaca.