¿Por qué decimos "al que quiera celeste que le cueste"?
La catedral de San Petersburgo con sus columnas de malaquita y lapislázuli
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¿Cuántas
veces hemos escuchado la frase “al que quiera celeste que le cueste” cuando contamos
a alguien nuestros proyectos y seguidamente damos cuenta del sacrificio que estos
conllevan?
No falta tampoco quien nos recuerde con ella que es preciso echar a
andar si realmente estamos convencidos de ir tras un sueño. Pero ¿cuántos de
nosotros conocemos la historia que esconden esas palabras?, ¿alguien sabe acaso
que nacieron para adular una piedra?
Así
es, aunque nos parezca extravagante asociar aquella frase con un complejo mineral,
lo cierto es que su cuna fue el mismísimo Renacimiento, y su divulgación, las
más bellas obras de los artistas de la época.
Lapislázuli,
la piedra en cuestión, es una gema sumamente valorada en joyería desde tiempos
remotos, que se extraía de las montañas de Afganistán. En América, era posible
hallarla en yacimientos chilenos, de donde los incas la sacaban para adornar
sus máscaras y otros ornamentos propios de su cultura.
Pero
dejemos América y volvamos a Oriente,
donde el lapislázuli era muy apreciado por
su durabilidad, además de por su hermoso color azul, al que llamaban “azul de
ultramar”.
La
historia dice que la rareza de esta piedra despertó el interés de los grandes señores
de la época. Incluso los papas mostraban su preferencia por el lapislázuli, exigiéndoles
a los artistas que el mismo formara parte de la composición de las obras que
les encargaban.
Es
que la azurita, como se conocía al polvo del mineral, otorgaba un pigmento azul
de gran resistencia, muy apreciado por los grandes pintores de aquel momento.
Lapislázuli en el reloj de la plaza San Marco (Venecia)
Fuente de la imagen: Pixabay
La
gran demanda de este material, sumada a los altos precios de transportarlo desde tierras lejanas, aumentó considerablemente
el valor del lapislázuli, tanto, que llegó a igualar el precio del oro.
Da
Vinci y Fra Angélico fueron algunos de los pintores que lo incorporaron en sus
pinturas, refiriéndose a él como el “oro azul”.
Al
mezclarlo con blanco, obtenían el color celeste que dio origen a la oración. “Al
que quiera celeste que le cueste”, comenzó a decirse entonces en alusión al
alto costo de crear una obra con tan apreciado material.
Otra
versión muy difundida señala que el celeste tenía una connotación religiosa,
asimilable a celestial.
Según
esta creencia, los grandes sacrificios hechos en la tierra pagarían el precio
de una vida gloriosa en el cielo.
Dos
versiones distintas para decir lo mismo, para recordarnos que los bienes y los
propósitos más valiosos llegan de la mano de la constancia y el afán.