Lenguaje: una mirada de la neurociencia
La pregunta sobre los motivos por los cuáles algunas personas
alcanzan mayores competencias lingüísticas que sus semejantes comienza a
hallar respuestas de la mano de la neurociencia.
A pesar de que en el tiempo varias investigaciones trataron de develar el interrogante, recién ahora con el desarrollo de esa rama científica podemos aproximarnos a los procesos que intervienen en el desarrollo de las habilidades
para el habla y la escritura.
Por tratarse de una habilidad universal (común a todos los
humanos), el lenguaje no siempre despertó el mismo interés que la pintura, la
música o las matemáticas, a las que se les daba mayor valía por su supuesta
mayor dificultad. El hecho que tarde o
temprano todos aprendemos a hablar condujo a una subestimación del habla como
proceso cerebral, subestimación que hoy, con los nuevos descubrimientos, quedó
en el pasado.
Esto es así porque contrariando esa creencia, las teorías
actuales, neurociencia mediante, sustentan que el lenguaje es una de las
habilidades más complejas del hombre.
Antes del surgimiento de la neurociencia, existía consenso
en la comunidad científica en ubicar la
capacidad para el uso del lenguaje exclusivamente en el hemisferio izquierdo del cerebro; precisamente, en dos áreas conocidas como “área de Broca” y “área de Wernicke”.
La primera lleva ese nombre por los experimentos de Broca, un médico francés que, al estudiar el cerebro de
sujetos muertos que habían tenido en vida dificultades con el habla, descubrió
que todos presentaban la misma lesión en el lóbulo frontal izquierdo.
Desde entonces, se atribuyó a esa área la capacidad de
comprensión y del procesamiento del lenguaje.
Por su parte, Wernicke estudió cuáles
son los mecanismos cerebrales encargados de las distintas partes del lenguaje y
descubrió que existe una parte posterior al lóbulo frontal izquierdo en la que
se produce la decodificación auditiva.
Por estos estudios, los científicos concluyeron que siempre que alguna de estas dos áreas sufriera alguna lesión, se produciría lo que se conoce como afasia o pérdida del habla.
Con el tiempo, las neurociencias y sus medios de investigación lograron determinar que el proceso es más complejo y que involucra a más partes del cerebro.
Imágenes tomadas con resonancias magnéticas permitieron observar en un experimento que se activaban partes del cerebro derecho cuando los participantes nombraban palabras disociadas. Por ejemplo, si decían “el perro canta”, frase nada convencional, era el hemisferio derecho el que respondía con actividad cerebral.
Lo mismo sucedía con las metáforas:
toda asociación de palabras que rompía la lógica aprendida activaba partes del
hemisferio derecho.
Estos hallazgos, entre otros, demostraron la imposibilidad de ubicar los procesos lingüísticos en una sola parte del cerebro; por el contrario, los científicos están convencidos de que cada región cerebral está asociada a determinado significado de palabras.
Un caso particular de creciente
interés es el de quienes hablan más de un idioma: ¿qué procesos cerebrales facilitan
el aprendizaje de otras lenguas?
Hasta el momento, se sabe que quienes tocan un instrumento musical desde pequeños tienen más facilidad para aprender un segundo idioma. Según los neurólogos, la música desarrolla una zona pequeña de la corteza cerebral, relacionada con el procesamiento del sonido.
El aprendizaje de los nuevos sonidos de una lengua distinta impacta en esa zona del cerebro, provocando la creación de nuevas redes de procesamiento de datos.
También pudo probarse que al aprender otro idioma el cerebro rejuvenece y retrasa la aparición de enfermedades neurodegenerativas, como el Alzheimer. Y no solo rejuvenece, también crece.
Estas evidencias echaron por tierra la teoría que fijaba un
límite temporal para el crecimiento del cerebro. Esto no es así, el cerebro
puede seguir desarrollándose aun en una edad avanzada.
Con todos estos aportes de la neurociencia, cabe retomar
entonces la pregunta inicial: ¿por qué algunas personas logran desarrollar
mayores competencias lingüísticas que otras?
Las evidencias apuntan todas en el mismo sentido: si los
nuevos aprendizajes crean nuevas conexiones neuronales, es lógico suponer que lo
importante es la estimulación cognitiva y que los sujetos expuestos a esa mayor estimulación son los que desarrollan más habilidades en este campo.
Sin embargo, estas evidencias no alcanzan para explicar el
porqué de las facilidades lingüísticas de las personas.
Para los investigadores, la conformación de redes
neuronales debe estar acompañada por una gran motivación asociada a emociones
positivas durante el proceso de aprendizaje.
Hoy sabemos que las emociones tienen un rol clave en el afianzamiento
de la memoria. Lo mismo sucede con la atención. Los estudios evidencian
que solo se aprende lo que despierta interés y solo despierta interés lo que aviva
la motivación, esto es, aquello que se ama.
Así, en presencia de un genuino interés, los estímulos logran sedimentar y afianzar la memoria. En cambio, en ausencia de ese interés, la aparición de estrés o de miedo bloquean e impiden el afianzamiento de los recuerdos.
Así, en presencia de un genuino interés, los estímulos logran sedimentar y afianzar la memoria. En cambio, en ausencia de ese interés, la aparición de estrés o de miedo bloquean e impiden el afianzamiento de los recuerdos.
A juzgar por todos estos datos, el secreto de la fórmula neurociencia-lenguaje parece estar en
la combinación de una buena dosis de interés
por las actividades relacionadas con el habla y una continua
estimulación cerebral mediante esas actividades, sin olvidar las emociones asociadas
a ellas.